Un habitante
Este hombre no tiene nada que hacer
sabe decir pocas palabras
lleva en sus ojos colinas
y siestas en la hierba.
Va hacia algún lugar
con un paquete bajo el brazo
en busca de alguien que le diga
“Entre Usted”
después de haber bebido el polvo
y el pito largo de los trenes
después de haber mirado en los periódicos
la lista larga de los empleos.
No desea más que donde descansar
uno por uno sus poros.
Hay tanta soledad a bordo de un hombre
cuando palpa sus bolsillos
o cuenta los pollos asados en los escaparates
o en la calle los caballitos
que fabrica la lluvia feliz.
Y dentro, en la tibieza
las bocas sonríen a la medianoche
algunos se besan y atesoran deseos
otros mastican chicles
y juegan con sus llaves
crecen los bosques de ídolos
y el cazador cobra su mejor pieza.
Abril ha llegado ¿Y cómo no decir qué es cruel?
Hay flores (aunque no lilas) como para partir el corazón.
Esa otra amapola de carne y sangre que es el corazón.
Hay flores de mil colores en las ventanas,
sobre los canteros,
corolas en las aguas que corren y en las aguas estancadas,
y corolas en los remolinos de las aguas.
Incendia el rojo de los geranios contra la pared,
y ese incendio rojo me hace daño, envejezco.
Ya no soy aquel hombre de antaño,
y sin embargo, me inclino para oler las violetas.
Mario Rivero
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