En el cuerpo del bailarín hay un duende
El borracho baila en la taberna
Está en ese momento de alcohol
(un dedo en el botellón, dos arriba de las cejas)
en que el corazón saltarín y el seso se encabritan Quiere pues bailar
Pero evidentemente nada en él está hecho para el baile Ni la panza ni la espalda corva ni los hombros caídos Aun mantenerse erguido le cuesta trabajo
Lo vimos venir del orinal
Camina bamboleándose a un lado y a otro
Y así pretende bailar
Y hasta alzarse en puntas de pies
Sólo que no tiene propiamente alas en los tobillos Las posaderas le pesan no es de la especie aérea del
bailarín Por las cuatro paredes le remeda brincando su sombra
de mono
José Manuel Arango
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