X-504

1932

Cuando X-504 publicó en 1969 Los poemas de la ofensa, que venía de ganar el año anterior el premio de poesía nadaísta Clasius Clay, sólo unos pocos espíritus atentos cayeron en cuenta de lo que había sucedido a la poesía llamada colombiana. Guillermo García Niño, un poeta hoy olvidado, celebró su aparición en una nota de Lecturas Dominicales de Marzo de ese año, retando, precisamente a Gonzalo Arango Arias, a darse cuenta de la magnitud de los poemas que contenía el libro. Desde entonces Jaime Jaramillo Escobar, que se encubría en un seudónimo de placa de carro, es uno de los mas notables poetas de la lengua.

“Es el más raro de todos los nadaístas, dijo Gonzalo Arango en un reportaje que hizo en 1966- pues trabaja ocho horas al día, cobra quincena, paga impuestos religiosamente; tiene cédula, libreta militar y un certificado falso de buena conducta. Nunca lo han metido en la cárcel porque es muy metódico y ordenado; por fuera no tiene cara de sospechoso, ni de apache, ni siquiera de nadaísta, pues se hace motilar todos los sábados, lee la revista Cromos en la peluquería como cualquier parroquiano que se respete; paga el arriendo (también religiosamente) el último día de mes, y hasta comete la decencia de girar cheques con fondos. El mismo se embola todas las mañanas antes de salir para el trabajo, y a las 8 en punto marca su tarjeta y le da los buenos días al patrón. Almuerza en lóbregos restaurantes para clase media donde no corra peligro de encontrarse con intelectuales, ni con poetas que tengan el desayuno envolatado. No habla mientas come, pero tampoco es glotón. No fuma, no bebe, no asiste a fiestas de intelectuales ni de sociedad. Su vida es, en todo, la de un anacoreta, salvo pequeñas aventurillas eróticas que cumple, no digamos arrojado en los hornos de la pasión, sino para estar a paz y salvo con la naturaleza. Pues hasta en esto del sexo él paga sus "deudas" religiosamente.”

Jaramillo Escobar vivía en Barranquilla cuando ganó el premio de poesía nadaísta y nunca cobró los cinco mil pesos que ofrecían.

Tenía treinta y seis años, muchos de los cuales llevaba ya trajinados por buena parte de Colombia y varios de los pueblos de su Antioquia natal. Nacido en Pueblorico un 25 de Mayo de 1932 bajo el signo de Géminis, es el mayor de seis hermanos hijos de Amalia y Enrique, ambos de Urrao, hizo sus estudios de primaria en Altamira y luego el bachillerato en Andes, en el Liceo Juan de Dios Uribe, alejado de su familia que se había regresado al pueblo de sus padres, a quienes veía poco porque para llegar hasta el caserío había que tomar primero un caballo que lo llevara hasta el río Cauca, luego un tren hasta Bolombolo y a continuación un bus de escalera que llegaba hasta Andes. Allí conoció a Gonzalo Arango y leyó en todos los libros que había en el colegio porque como no podía ir durante las vacaciones a Urrao el rector del liceo le dejaba la llave del plantel y en compañía de un celador que los cuidaba a ambos. Con tan mala suerte que antes de terminar el bachillerato le cancelaron la matrícula y no pudo hacerse bachiller; teniendo que aceptar el cargo de secretario de la inspección de policía de Altamira, que fue asaltada por la guerrilla liberal  de entonces y el poeta en ciernes hubo de irse a Medellín, junto a su familia, como otros mas de los desplazados de la violencia colombiana. Para 1953 el poeta estaba trabajando como técnico de las viejas computadoras IBM en la alcaldía mayor de Bogotá y aburrido del frío capitalino se mudó a Cali, donde ha escrito tres de sus principales libros. “Todo el mundo se iba para Cali, porque allá dizque vivía el diablo”. A Bogotá volvió en el 62 y en Barranquilla pasó los años finales de los sesentas. Los setentas los pasó en Bogotá de nuevo en una agencia de publicidad de la cual fue socio con Gabriel Urrea Gómez: O:P: Institucional Ltda. Quebrada la empresa el poeta se fue a vivir con su pobreza a Cali hasta que Darío Jaramillo Agudelo le invitó a hacer un taller de poesía en la Biblioteca Piloto de Medellín, donde todavía vive y trabaja.

Sorprende cómo en una sociedad y unas escuelas literarias como las colombianas de mediados del siglo pasado, que entendían,  de muchas maneras, el propósito último de las vanguardias y los vanguardismos como un elogio del progreso y los llamados avances de las tecnologías, Jaime Jaramillo Escobar decidiera ignorar los lenguajes del presente y navegar por las aguas arriba de las edades eternas, haciendo de los ritos y sus movimientos, la forma de su poesía. Los poemas de la ofensa es un libro en el cual predominan los temas eternos a la búsqueda de un presunto destino a la existencia, con un desencanto e ironía encarnadas en parábolas y simbolismos que dan cuerpo y dejan entrever una visión maldita del hombre, esa criatura deplorable, peligrosa víctima de sus propios engendros del mal, los crímenes y las guerras. La muerte, en últimas, como lo más banal y cotidiano de nuestra existencia, porque de lo que se trata verdaderamente en la vida es de la carne y del espíritu, es decir, del cuerpo, donde se suman y se restan todas las posibilidades del poema, allí donde yace su origen y su fin. Un largo recorrido por las apariencias de la muerte y los males del hombre culminan en los poemas de Jaramillo Escobar, los de ayer y los de hoy, en la celebración de la carne y sus lenguajes.

Desde los Poemas de la ofensa, hasta sus libros más recientes, así su decir se haya ido extendiendo hasta llegar casi que a una narrativa de juglar, los argumentos que han interesado a Jaramillo Escobar bordean zonas como el regusto por lo mórbido, la vida errante y marginal, los climas tropicales, la exaltación de los comportamientos y formas de la belleza de la raza negra  y la burla y el sarcasmo de las pasiones eróticas. Los decorados de estos asuntos serán unas veces lugares de miseria y ruina, abandonadas estaciones de ferrocarril, viejas y empolvadas y mugrientas oficinas estatales, prisiones, remotas playas paradisíacas y calurosos lugares de la selva y el mar Pacífico, que en comparación con aquellos lugares citadidos, ofrecen al poeta una comunicación directa con el corazón y la medula de la poesía.

Harold Alvarado Tenorio