Una generación desencantada

1972-1990

En mil novecientos setenta y cuatro, el Banco de Colombia publicó dos volúmenes titulados Antología crítica de la poesía colombiana (1874-1974), de Andrés Holguín. Banco y antología celebraron cien años de capitalismo canonizando sesenta y cinco poetas, dieciocho de los cuales fueron agrupados bajo el lema: Los últimos poetas.

En otras ocasiones me he referido al Nadaísmo. Baste ahora repetir que poco queda de tanto papel impreso y que varios de sus activistas, que considerábamos dignos de la memoria hace diez años, están erosionados por la historia. Se puede leer, por ejemplo, de la misma manera a X-504 cuando se ha convertido en Jaime Jaramillo Escobar? Creo que Jaramillo Escobar enterró a X-504, dejando al Nadaísmo en una orfandad absoluta.

X-504 es un poeta insular, a pesar de que Jaramillo Escobar insista en hacerlo formar parte del grupo que comandaba Gonzalo Arango. Leída hoy, en su poesía poca relación encuentra uno con los principios y prácticas del Nadaísmo, y puede decirse que es un raro poeta que como puente levadizo continúa la tradición culta de la poesía anterior, esta vez mirando hacia las culturas y visiones del mundo que vivían ocultas en nuestro país. X-504 viene de las lecturas antropológicas y de los estudios de culturas que, como la africana o la egipcia, están latentes en la memoria de las culturas abolidas por la Conquista. X-504 es la voz de aquellos deambulantes cuyo signo es el presagio, pero fue, raramente, en Los poemas de la ofensa (1969), un vocero furibundo de los desclasados y alienados. Siempre hubo en sus poemas un escritor culto, recordando a Whitman o Cendrars, teñidos de color local. En sus últimos poemas, publicados a raíz de un premio literario, Jaramillo Escobar logró dar rostro a los deseos de X-504. Su persona tuvo que esperar tres décadas para que el contertulio de Gonzalo Arango, escribiera como él.

Muerto X-504, al hacer aparición Jaime Jaramillo Escobar, cual ave Fénix dio cuerpo, una vez vencido por la carcoma de la soledad, a esa voz que aparece en los poemas de su último libro: largas parrafadas sin sentido, arengas producidas por el resentimiento, proyectos truncos y cenizas de lo que fue un poeta. Raro destino el de quien pudo en vida ser, llegada la madurez, el satánico personaje que habían sido, en sus años mozos, sus camaradas. Por eso Jaramillo Escobar ocultaba su nombre: la máscara permite al actor no ser él. En su caso, la máscara logró convertirlo en ella a una hora donde ya no existen ni escenario, ni los paisajes sobre los cuales se recortaron las figuras de los Nadaístas. La última página de Los poemas de la ofensa reza: «Aquí vive Jaime Jaramillo Escobar ». Poemas como:

Dáme una palabra antigua para ir a Angbala,
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar en el agua.
Una palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día entero debajo de una palma,
y olvidarme de todo a la orilla del agua.
Dáme una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda como el pez en el agua.
¡Quiero volver a Angbala!

(Ruego a Nzáme)

Venían de algún tono de Bandeira o Perse y contrastan con las melodías de José Manuel Arango, quien inicia el ciclo de poesía colombiana que llamaré Generación del Desencanto. En X-504 hay individuos, cuerpos casi identificables. En José Manuel Arango se inaugura, otra vez, un retorno hacia la historia, las gentes sin rostro donde el lector se ve y que parece ser el rasgo definidor de la poesía de los cinco nacionales sobre los que escribo.

¿Qué sucedió en Colombia entre 1930 y 1970, año en el cual iniciaron sus publicaciones estos poetas? No hay que hacer mucha memoria para recordar cómo de un país patriarcal fuimos pasando a un capitalismo sin rostro, a una nación que desaparece. La naturaleza, los campos, los antiguos núcleos familiares se han convertido en ese doloroso país que fue surgiendo en medio de los cientos de miles de muertos de La Violencia. El desplazamiento de grandes grupos humanos hacia las cabeceras de los departamentos nos ha deparado esas caricaturas de ciudades de hoy que hacinan a miles de seres sin educación ni ingresos y sin sentido de la nacionalidad. La Generación de Mito, mejor, su creador, vislumbró el fracaso que vivimos. En La revolución invisible (1959), Jorge Gaitán Durán, refiriéndose a su revista con ocasión de un comentario de Hernando Telléz, según el cual lo publicado en Mito resultaba al establecimiento «fastidioso e intranquilizador o incomprensible», hizo un retrato de un prolongado presente:

«No podía esperarse otra cosa de un ambiente en donde para hacer carrera hay necesidad de cumplir inexorablemente ciertos requisitos de servilismo, adulación e hipocresía y donde ingenuamente las gentes confunden estos trámites, esta ascensión exacta y previsible, con la política. Sin duda el fenómeno del arribismo se produce en todas partes y no sólo en el ajetreo electoral, sino también en la vida económica y en la vida cultural, pero aquí ha tomado en los últimos tiempos características exacerbadas y mórbidas, cuyo estudio sería interesante y tendría quizás que empezar por la influencia que la aguda crisis de estructura del país y consiguientemente de los partidos políticos ejerce sobre el trato social, sobre la comunicación en la existencia cotidiana. Resulta significativa la frase que un político de las nuevas generaciones usa a menudo: Voy a cometer mi acto diario de abyección, fórmula que exhibe la decisión -en otros casos furtivamente de obtener a todo trance un puesto de ministro, de parlamentario, de orientador de la opinión pública, en fin, de ser alguien, de parecer. Su humor es una coartada; intenta cubrir el desarrollo ético con el confort ambiguo y efímero del lenguaje. Se trata de un sorelismo ciego y satisfecho, cuyos objetivos dependen de algún destino ajeno e imperial. El oportunismo de Julián Sorel es lúcido, torturado, solitario y más eficaz a la larga. En nuestra América el héroe empeñoso de Rojo y Negro hubiera llegado a ser presidente de la república.»

El país ha vivido la más devastadora de las épocas desde la Guerra de los Mil Días, con el agravante mencionado antes: la desaparición de la nacionalidad. Para los poetas de la Generación Desencantada no hubo, como podrá verse después en los textos, un país al cual asirse. La educación que recibieron (no solo ellos, sino su generación) fue mezquina y atrofiante, y viniendo de distintos estratos sociales, el hilo que los une es la desolación frente al presente y la nostalgia de un país que, por supuesto, nunca existió

Harold Alvarado Tenorio