La poesía de Antonio Silvera

Desde la aparición de las vanguardias nuestra época ha usado de la sintaxis del cinematógrafo para crear los correlatos imaginarios que las tensiones, entre realidad y deseo, otros tiempos resolvieron con la ayuda de metros y rimas. Pero entre nosotros los ejercicios poéticos han estado dominados desde el nadaísmo y sus continuadores, por un lenguaje y unas sintaxis repetidoras de modelos difuntos. Los jóvenes sin educación se han acogido a esos lenguajes y sujetos. Parece como si viviéramos un retorno a hacer del poemas una de las manchas de la psicología experimental de Rorschach, cuando el paciente lee en una tinta china y comienza a ver lo que desea. No importan las recuperaciones o invenciones del individuo sino el ofrecimiento al público de las glosolalias, desarticuladas exploraciones combinatorias, rosarios de metáforas y neologismo, sin sonido ni músicas que no alcanzan ni la nada, esa "otra cara de la existencia" que buscaba Huidobro.

La región más golpeada por la violencia es el centro de esa aventura de alguna poesía de hoy. Expresión de una miseria espiritual, esa poesía quedará como crónica villana de las luchas de los pobres de los barrios populares contra la opresión del lenguaje institucional que ofrecen los periódicos y la radio. También en esas esferas políticas y deportivas hay una ecolalia. Un lenguaje sin correspondencias, sin referentes a la realidad o a la invención, expresión del naufragio de la vida que padecemos.

Cuando uno lee la poesía publicada desde hace más de una década en periódicos y revistas parece como si se estuviera leyendo en una antología de los años finales del imperio romano, cuando quienes no se acogieron a la nueva doctrina cristiana, ni se dedicaron al erotismo, se ausentaron de la desagradable realidad con variaciones de palabras y géneros, los poemas, los dibujos, la aglomeración de medidas en un solo texto o la enumeración de voces de hienas y chacales.

Es entre este paisaje depresivo y autoritario que encuentro juvenil la poesía de Antonio Silvera. Tímido por naturaleza y emigrante de un pueblo del caribe, como un renovado Miguel Hernández ha venido a la capital para -al chocar con los nudos de cartón piedra del presente-, resucitar literalmente la inquietud de la belleza que hay en la memoria de su niñez. Silvera habla en "Mi sombra no es para mí" (1990), de un mundo mítico, no contaminado por las doctrinas del momento, o por imitaciones serviles de estéticas pretendidas contemporáneas. Para Silvera y algunos otros jóvenes poetas de esa región de luz y maravillas, el mundo hay que cantarlo como se viene al mundo, desnudo de toda pretensión de entendimiento. Por eso me atrae su poesía, porque recupera los olores, la tristeza, la soledad y el polvo que animaba la miseria de toda nuestra niñez. Sólo los que levantan el alma contra los muros y el silencio pueden ser poetas Y Antonio Silvera lo es.

Harold Alvarado Tenorio
Gaceta Dominical # 5, Suplemento Diario El País (Cali). Diciembre 9/90. pág. 9.

 

Ritual de una pérdida

Los poemas de Antonio Silvera dan un tono de nostalgia y de dolor, transmitiendo una noción de pérdida, alienación y ausencia; pérdida del Paraíso. La palabra poética cuando es auténtica sólo puede captar ese extravío, la perdición del tiempo que destruye los objetos pero no la memoria. Jamás arrastrará la plenitud tras de sí: el Paraíso queda definido negativamente, por lo que no es, la armonía original, la bienaventuranza, lo agradable, benéfico y ameno para el hombre. Al arribar las formas que deshumanizan (el capitalismo sería esa "Edad de Hierro", su automatismo, sus máquinas) nos nivelamos con el Infierno. El creador, además de extrañar otros mundos hace de su subjetividad algo poco feliz y de su conciencia un lugar desdichado: "En la agónica tarde de la ciudad avara, mientras con el fracaso a cuestas, regresamos a casa ensimismados..."

¿Qué observamos?: el mundo cosificado, el terror al otro (una forma de solipsismo), el lastre mercantilista, la barbarie, la autofagia, la banalización del espacio, antecedentes de una manera de intuir, de expresar, como lo dice E. Subirats: "El vacío del yo se vuelve conciencia de separación de la vida misma. Se trata del desdoblamiento para el sujeto nacional que es portador de esta experiencia de su negatividad. Su vida misma constituye una exterioridad".

Entonces el poema fundamenta el escenario de un enfrentamiento continuo, sueño-realidad, pasado-presente, el bien y el mal, lucha que anuncia un vacío asumido por el lenguaje y su pelea por poblar la ausencia, la carencia, la vacuidad del presente, universo escindido, problematizada oposición entre fe y escepticismo, olvido y memoria, identidad y enajenación, amor y horror: "El Sol no ilumina las entrañas: desconoce tu angustia y tu miseria".

Ante el vacío la voz genésica del poeta, el verbo, la creación de un mundo dividido que contempla el paso de lo sagrado a lo profano, de lo imperecedero a lo perecedero, la voz antigua que sobrevive y busca: "En la informe y difusa relación del pasado, busco aquellos asombros que extravié en el camino para el niño que crece en tu arcádico vientre... ¿O será él quien ya indaga en mi voz por su origen?".

Una voz que remitologiza y desmitologiza a la vez, se apropia de la imagen bíblica del Génesis, del diluvio. Ante la tragedia se arma de reliquias venidas del cielo, siempre la mujer, la flor y el pájaro; trilogía de motivos, y para salvarse tomará el talismán, ese objeto de virtudes portentosas y poderes mágicos para circunstancias muy precisas, el diente del Quijote y el color de los ojos de aquella mujer (lo sagrado, eje afectivo, empeño evocativo del poeta). Los ojos viene a ser, además de un motivo metonímico, un reconocimiento permanente, símbolo de una totalidad sensorial ya en camino de agresión, pero que le permite un desplazamiento del afecto revivido: "Levanta la cabeza, te sigue con los ojos y una expresión de asombro", "El abuelo tiene ojos de cansancio y de nostalgia"; "Con los ojos cerrados descubres sus habitantes, sus corazones, sus océanos"; "El mar está en la zona rosa sólo que más cercano (más propicio a los ojos)"; "Me ha acogido en su casa y el cálido café de sus ojos ha secado mis pies".

Esta visión del mundo tiene un sentido espiritual que trae de vuelta a las palabras, asumidas primero de lo sensible (sin poseer la función de describir lo exterior) y llevadas luego a restituir los movimientos interiores, "en ese estado de ilusión" y de la magia que quisieran liberar al hombre de la sombra inhumana, de la enajenación, de la irracionalidad e hipnosis del poder material. Al poeta, prisionero del antimundo, le duele el tiempo, su casa, la ciudad; lleva consigo la cicatriz y la pregunta, la soledad, "la angustia de pájaros sin alas". "Donde vayas llevarás las heridas". "Mientras existan hombres mutilados no me bastará saltar las paredes. Seguiré derribándolas", nos dice enfáticamente el creador.

La poesía está, en este sistema de creencia poética, para que tornen los pájaros idos, siendo la palabra un ave (cantar como los pájaros es equivalente a hacer poesía" y su antítesis una honda, y su cómplice la luz: "¿Qué más debe agregarse al holocausto para escuchar el pájaro del alba que traiga un solaz al corazón?". El ave es la imagen y el símbolo de la supervivencia en este tiempo, del barro al hollín y depositarlo de una cualidad no entregada a los hombres: "Pero el fruto del hombre no nació para el vuelo". Es el mito del eterno retorno, regreso a la infancia, detención del tiempo mítico en el que el hombre es verdaderamente él mismo".

Retorna a una dimensión espiritual (la palabra) ante el sentimiento de orfandad, frente al éxtasis del recuerdo y la memoria afectiva, circundado de un infierno real ("Glosa homérica") que imposibilita toda reconciliación: el humo de los carros, la involución del hombre, su secularización, la anonimidad la avaricia, el aire macilento, las gotas de sangre causadas por el tiempo pájaros de mal agüero, el tiempo de los abogados que es el asiento de los comerciantes, el remordimiento, la precaria palabra de destierro: "Ningún mérito tiene cantar esta contienda: el saqueo es cotidiano, la traición ya no asombra". Digámoslo así, la misión del poeta consiste en la esmerada celebración de un ritual, atrayendo, despidiendo, avivando todos los yacimientos dispersos de la existencia humana, el poder de las palabras, el juego que conjuga toda ruina, todo vestigio: "Pero yo, que un día te va intentando asir el Sol para que no ocurrieran más ocasos".

Gabriel Arturo Castro
Magazín Dominical No.819, suplemento El Espectador. Santafé ce Bogotá, enero 24/99.

 

Vicisitudes de un lector de poesía

... Callado, distante, tímido, de Silvera apareció a finales del 1998 un libro hermoso: "Edad de Hierro-Mi sombra no es para mí" que recoge su trabajo desde 1990. Ante un mundo donde, citando a Adson de Melk, "la juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, todo marcha patas arriba, los ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en abismos, los pájaros se arrojan antes de haber echado volar". Silvera opone el regreso a la autoconstrucción del espíritu, al amor como forjador de sueños, a la infancia campo territorio lúdico donde es posible reconstruir las raíces de la belleza. La idea no es ir a algún lado. La posibilidad mejor es regresar: "Más que llegar quiero tornar:/ la fuente anhelo y no la mar" dice el primero de sus cantares!.

Este regreso al yo implica honestidad, pero también conciencia de las limitaciones. Tenemos capacidad de sueño -que al fin y al cabo es capacidad de mirar de nuevo el propio entorno-. Sin embargo, faltan las alas, el fuego que ilumina, la otra visión. Somos humanos, esto es, accidente; "Pero el fruto del hombre/ no nació para el vuelo:/ pesado es su esqueleto/ y la tierra lo llama.// Ciertamente su canto es un vestigio,/ lo que fuimos un día:/ una parte del cielo interminable/ y no la tierra avara y su violencia".

Bellamente editado por Selnich Vivas Hurtado en su editorial El Artillero Imaginador, el libro de Antonio Silvera Arenas constituye una invitación al diálogo con aquello que nos permitió llegar a donde estamos, reconocernos como potencialidad, pero también como protoforma, como ecos en desvarío en busca de una realidad posible. A diario vivimos fragmentos y sin embargo somos capaces de crear cosas. Es la misión de la poesía según Silvera, salvarnos de la destrucción: "Y cuando haya acabado/ la guerra que vendrá,/ la de electrones y neutrones dispersos,/ quién tomará la lira y quien la escuchará?".

Carlos Sánchez Lozano
Agenda cultural #96, Univ. Jorge Tadeo Lozano. Santafé de Bogotá, febrero 1999.